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Mi esposa llegó a casa del trabajo ayer y compartió una historia muy conmovedora que uno de sus colegas de oficina le contó sobre un viaje reciente al aeropuerto. (¡Asegúrate de leer hasta el final!)
Mientras él y su esposa esperaban en la fila de boletos, escuchó a un hombre en el mostrador tratando de conseguir un boleto para Las Vegas. Tenía problemas. Solo tenía $150 y eso no era suficiente. El agente de boletos fue bastante inútil y le dijo que tenía que conectarse y buscar otras opciones.
El hombre siguió tratando de explicarle su situación, pero no estaba llegando a ninguna parte. Sus conocimientos del idioma inglés eran limitados, por lo que le resultaba difícil comunicarse. Él se estaba volviendo cada vez más frustrado, y ella se estaba volviendo cada vez más indiferente.
Después de que finalmente, desesperado, se alejó del mostrador, el colega de mi esposa, Fernando, se acercó al hombre y le preguntó qué estaba pasando. Habla español, por lo que pudo entender su historia.
El hombre había perdido su trabajo aquí en el área de San Francisco, sin lugar para vivir y solo $150 en su bolsillo. Tenía familia que vivía en Las Vegas y estaba tratando de llegar allí. Le dijeron que podía obtener un boleto de $150, pero le dijo a Fernando que no sabía leer, que no tenía una computadora y que no sabía cómo acceder a Internet en el aeropuerto, y mucho menos cómo comprar un boleto de tarifa baja. .
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Fernando le creyó y quiso ayudarlo. Regresaron al mostrador y Fernando compró un boleto de $330 a Las Vegas para el hombre.
Fernando no pidió nada y confió en que la historia de este tipo fuera cierta. Siguió su corazón, porque quería ayudarlo. Y lo más importante, lo hizo.
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Que este gesto increíblemente amable de un extraño, que estuvo atento y se preocupó lo suficiente como para escuchar la historia de este hombre y tomar medidas, sea el punto de inflexión para que vuelva a encarrilarse.
Era un buen samaritano que ayudaba a otro en su mala suerte, muy probablemente un inmigrante, ciertamente un ser humano, para que tuviera algo de seguridad, mejorara su vida y estuviera con su familia.
No solo eso, sino que un mes después, cuando la esposa de Fernando estaba revisando el estado de cuenta de su tarjeta de crédito, vio el cargo y le preguntó a su esposo: “¿Ese billete no era de $240? ¿Por qué la cuenta es de $330?”.
Fernando respondió tímidamente: «Lo mejoré».
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